Aunque cada vez son más los que eligen viajar sin compañía, para muchos todavía es un tema tabú y pesan los prejuicios del qué dirán.
Cuando se acerca el verano comienzan a aparecer publicidades con ofertas para viajar y todas las fotos muestran parejas, familias, grupos de amigas; ninguna a alguien solo, contemplando el mar o haciendo trekking. La imagen de los que viajan solos no vende, pero sin embargo cada vez más gente decide hacerlo. Lo cierto es que, aun así, ante esta elección, la reacción de los otros es casi siempre la misma: ¿solo? Este interrogante sonoro que deja entrever cierta desaprobación. Y para algunos tiene tanto peso que prefieren no programar viajes por no tener con quién compartirlos.
En el caso de las mujeres es aún peor, porque todavía en los ambientes más conservadores está culturalmente mal visto. Existe el imaginario colectivo de que al estar solos se tomarán licencias que en compañía no se atreverían. Otro de los prejuicios comunes es el de tomar a la mujer por "la solterona que no tiene con quién irse". Lo más nocivo de esta suposición para la afectada es que está implícita la idea de no ser elegida por nadie. Este sentimiento excede la relación de pareja y se hace extensiva a todas las personas.
Sin embargo, para la psicología, el destino de las vacaciones y con quién compartirlas no es un dato menor. Marcelo Cubellun, médico y psiquiatra, analiza el tema desde la lógica del lenguaje. "Vacacionar es salir de la habitualidad. Es adentrarse en lo vano (lo vacío, lo vacante) o en lo vasto (lo profundo, lo propio). Esa es la decisión personal que, generalmente, por uso o costumbre el ser humano tiende a desestimar en esta época y privilegia la geografía a la conexión consigo mismo.
"No nos animamos a bucear en lo que habitualmente es nuestro fondo y saber qué buscamos, qué pretendemos, qué nos animamos a encontrar. Éstas debrían ser las preguntas previas a la organización de cualquier viaje", analiza el especialista.